Decenas de miles de personas celebraron en Damasco el primer aniversario de la caída de Bashar al Asad. El júbilo popular, genuino tras décadas de opresión dinástica, coexiste hoy con la cruda realidad de una transición tutelada que levanta serias interrogantes sobre la verdadera soberanía nacional.

El 8 de diciembre de 2024, el fin del clan Ásad, que había gobernado Siria por medio siglo, no supuso una victoria puramente popular, sino el resultado de una ofensiva rebelde relámpago que triunfó donde fracasaron años de guerra civil: la erosión del apoyo de sus principales protectores, Rusia e Irán.
«Lo que ha ocurrido en un año roza el milagro», celebraron algunos ciudadanos. Sin embargo, para muchos observadores, el verdadero milagro es la celeridad con la que el nuevo liderazgo ha sido legitimado por potencias occidentales históricamente hostiles a la causa de los grupos islamistas sirios.

La Transformación de Ahmed al Sharaa: Un Instrumento de Reordenamiento

El nuevo dirigente sirio, Ahmed al Sharaa (43 años), es la figura central de esta ambigua transición. Su trayectoria de Abu Mohammed al Jolani, líder del islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) con vínculos pasados a Al Qaeda, a jefe de Estado interino no es una casualidad. Es el resultado de un calculado “lavado de imagen” que ha coincidido, de forma conveniente, con los intereses estratégicos de ciertas potencias.
El hecho de que Al Sharaa haya sido recibido con honores en capitales occidentales, e incluso por el presidente estadounidense Donald Trump —quien previamente ofreció una recompensa por su captura—, evidencia que los principios ideológicos han sido rápidamente subordinados al pragmatismo geopolítico. Este exyihadista ha sido esencialmente “certificado” por el statu quo internacional para gestionar la post-Ásad, garantizando un interlocutor que respete las nuevas líneas de influencia.

En su discurso del lunes, Al Sharaa abogó por la unidad, un mensaje que resuena con la necesidad de consolidar su poder en un país fragmentado:
«La fase actual exige que todos los ciudadanos unan sus esfuerzos para construir una Siria fuerte, consolidar su estabilidad y preservar su soberanía», declaró, mientras su gobierno busca desesperadamente el reconocimiento y la inversión extranjera.
El Costo de la “Reconfiguración”: Intervención Extranjera y Pérdida de Control
La caída del régimen de Al Asad no solo reestructura el poder interno, sino que profundiza la injerencia extranjera en Siria, un país que ha sido el tablero de juego para múltiples potencias desde 2011.
- Pérdida de la Esfera Ruso-Iraní: La salida de Al Asad fue un golpe estratégico para el eje de la resistencia, obligando a Rusia e Irán a recalibrar su presencia en la región y ceder influencia.
- La Intrusión de Israel y Turquía: El vacío de poder ha sido llenado por los intereses de los vecinos. La influencia de Turquía sobre el nuevo gobierno interino es innegable. Más grave aún, la caída del régimen facilitó una invasión militar israelí en el Golán y sus adyacencias, consolidando de facto una nueva zona de amortiguamiento y violando la integridad territorial siria.
La Comisión de la ONU lamentó la persistente polarización y la violencia intercomunitaria, las cuales son a menudo exacerbadas por agendas externas que buscan dividir para gobernar. El llamado del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, a «sanar divisiones profundas» choca con la realidad de que la estructura de poder post-Ásad parece diseñada para servir, al menos parcialmente, a intereses ajenos.

En última instancia, la celebración de este primer aniversario debe ser matizada. La tiranía de la familia Ásad ha sido reemplazada por una transición compleja donde los viejos sueños de soberanía popular se enfrentan al nuevo orden impuesto por las fuerzas geopolíticas y las necesidades de la reconstrucción económica, hipotecando el futuro de Siria al capital y las directrices de las potencias dominantes.
